Sé que vengo a este rinconcito de internet cada mil años pero es mío.
Con la sabiduría que me dan los años y los dramas me he ganado que me llamen señora, y algunas canas también. La verdad es que me gustaría ser de otra manera, pero me estreso mucho, demasiado, y éso que sé que el trabajo es trabajo y que sólo soy un número.
El verano de 2023 ha sido un infierno. Siempre que pienso que he alcanzado mi límite la realidad me demuestra que puedo caminar un poco más por el desierto. Desde que cambié de trabajo la temporada estival ha sido complicada. ¿Por qué ha sido complicado éste? Muchas incidencias técnicas y mucho curro además de una dana final que hizo que tuviera un turno que duró desde las 5:25 hasta las 02:30. Hubo un momento en que pensé que iba a petar como una palomita. De hecho la última rotación de curro apenas conseguí dormir porque las pesadillas me acechaban.
Para solventarlo intento escuchar música relajante, meditar antes de dormir, intento volver a hacer deporte (aunque estoy hecha una foca y tengo un tobillo reventado de varios esguinces) y trato de aprender a soltar. Quiero ser de esas personas que se quitan el uniforme y se olvidan de todo.
Por lo demás todo va razonablemente bien, porque supongo que soy una privilegiada, a pesar de las taras, los errores y las malas decisiones. Últimamente intento superar esa imagen que tengo de mi misma como superviviente, yo vivo, o al menos lo intento. Intento recuperar aficiones (como leer) intento disfrutar de mi gente aunque viva en otra provincia y tenga un curro absorbente e intento ser feliz con las pequeñas cosas.