De dos estrellas fugaces en el amor nació, una estrellita, dorada como la melena de la ambición rubia. La estrellita creció entre brumas porque había planetas que le hacían sentir basura espacial. Era extraño, ella era una estrella, a su alrededor giraban planetas y sin embargo se sentía poco importante. Se sentía demasiado pequeña, muy poco luminosa, nada poderosa. Era tal la situación, era tal su desesperación, que se apagó, sencillamente se cayó.
Cayó y mientras caía sentía que nada tenía sentido. Su fuego se heló las lágrimas no se evaporaban en su rostro. Y cayó y cayó y cayó, más abajo de lo qiue ninguna estrella había caído, más de lo que ningún ser vivo o inerte hubiera podido imaginar. Hasta que, sin saber como, chocó contra algo. Ese algo era inmundicia que le rodeó, le acarició y que de alguna manera extraña le dio calor.
Estrellita abrió los ojos y vio que no había nada, salvo oscuridad y esa cosa viscosa que era la suciedad. Pasó mucho tiempo, tanto que los eones parecían estaciones que se sucedían, primero el invierno, después la primavera siguiendo con el verano y terminando con el otoño. Nuestra pequeña estrellita estaba ahí, sola, pero tranquila, Todo pasaba, todo el tiempo lo curaba. Dejó de importar lo que le habían dicho los planetas, dejó de importar lo que ella misma se había hecho asi misma. Porque se había hecho mucho daño, se había abandonado al vacío y a veces se había entregado a satelites que le habían causado dolor.
Un día, con los ojitos entrecerrados sintió algo extraño ¿qué sería? Era como un come come, como si la estuviesen limando, como pequeños pececitos intentando succionar su alma a besos. La inmundicia la estaba devorando. No era una sensación desagradable, era como si millones de boquitas estuvieran alimentándose de su piel de estrella, La sensación persistió hasta que sólo quedó piel entre los dedos de sus pies. Nuestra protagonista no podía parar de reir por las cosquillas que le causaba la inmundicia y cuando no quedó nada Estrellita se sintió ligera.
Ligera como un globo, como una pluma, como una bolsa de plástico mecida por el viento y asi de manera inesperada comenzó a flotar y a subir, arriba, donde no había techo. Miró una última vez hacia abajo agradecida a la nada, a esa cosa que había estado con ella dándole calor cuando ni ella misma había podido. Fue entonces cuando agachó la mirada cuando se percató de que había perdido su dorado y sin embargo lo iluminaba todo a su paso. Su corazón había estallado en llamas y nada más importaba.