Hace tiempo me hicieron un regalo, un regalo precioso, cálido, tierno… si se pudiera comparar con algo diría que era como un gato: una bolita de pelo, que transmite calor y amor. Me sentía feliz con esa bolita de luz que me calentaba el corazon. Era extraño, porque nunca había sentido algo tan bonito y me parecía magía, quizás, era simplemente amor.
Un día, un día feo, un día gris, un día negro y frío, un día lluvioso, viniste y me lo quitaste. Como una niña mala me fui al rincón de pensar sin comprender nada. Traté de que me lo devolvieras portándome bien, mejor que nunca, hacía mis deberes, no rechistaba cuando me regañabas, pero nada. Luego intenté conseguirlo por las malas, vinieron mis berrinches, mi ira, mis llantos, mis berridos, mis enfados. Cuando eso tampoco surtió efecto empecé a construir un muro, ladrillo a ladrillo. El ladrillo de «no quiero que me hagas daño», el de «me has hecho daño», también está el de «me has decepcionado», no podemos olvidar el de «no te entiendo» y por supuesto el de «estoy cansada, lucha por mi».
En todo este tiempo las preguntas han caido como gotas de lluvia en un aguacero y sin embargo no ha llegado ninguna respuesta. Nado entre incognitas y no soy capaz de llegar a ningún puerto. Navego en el desconcierto y tus negativas son mi timón. No saber qué pasó, qué te pasó y asumir que nunca lo sabré, que pedazo de mierda.
Aquí está mi niña interior esperando que vengan los Reyes Magos con esa bolita de luz que iluminaba mi corazón, espero que tú ejerzas de paje, porque la verdad, es que te echo de menos.