Escribo con las luces apagadas esperando que mis deseos se pierdan por mi habitación y no logren huir. Que graciosos son, algunos pequeños, algunos grandes, todos revoltosos. Los siento mirándome, con ojos curiosos preguntándose por qué no hago nada por atraparlos, por qué les dejo revolotear por mi habitación.
Si pudiera hablar con ellos les explicaría que tengo demasiado miedo de perder esto que llamo seguridad, pero no puedo asi que les dejo hacer. Permito que aparezcan en mis sueños y que jueguen con mis emociones, me dejo llevar a veces, pero siempre viene mamá razón y papá miedo para espantarlos
Cuando estoy tan cansada que no tengo ni siquiera fuerzas para pensar se acercan tanto que puedo notar como me hacen cosquillas con sus naricitas en los pies, noto su aliento en mi cuello, siento como olisquean mi pelo, pero llega la mañana y desaparecen. Se esconden en ese cuaderno donde pintaba bocetos de ilustraciones para cuentos que jamás escribí, en las cuerdas de la guitarra que nunca aprendí a tocar, en el lbro de Murakami que no soy capaz de terminar y asi todos los días, hasta que envejezcan y mueran o yo me decida atraparlos.
Ojizarka dice:
Deja que revoloteen a tu alrededor, pero que no se escapen, para que cuando estés lista puedas ir tras ellos y hacerlos realidad 🙂
Lula dice:
Pues deberías escribir esos cuentos.
Escribes muy bien, vaya a mi me gusta.
¿Qué Murakami te está costando?
Yo estoy con Rayuela, y me he acordado de este capítulo así que te lo regalo:
La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos.
La vida, un ballet sobre un tema histórico, una historia sobre un hecho vivido, un hecho vivido sobre un hecho real.
La vida, fotografía del númeno, posesión en las tinieblas (¿mujer, monstruo?), la vida, proxeneta de la muerte, espléndida baraja, tarot de claves olvidadas que unas manos gotosas rebajan a un triste solitario.
Rayuela, capítulo 104