Hubo un tiempo en que estuve prácticamente muerta, en que sentí que el abismo me iba a atrapar.
Luché, con uñas y dientes, hasta que me sangraron las manos, hasta que sólo quedaron jirones para cubrir mi cuerpo, hasta que no quedó nada de mi, salvo un aliento de vida.
En ese estado me hice un ovillo y dejé que el tiempo curase mis heridas. Mis huesos fisurados se arreglaron, mi pelo volvió a crecer y mis ojos dejaron, por fin, de estar hinchados y pude abrirlos. Los pude abrir a la luz, a la esperanza y al amor.
Cuando los abrí me di cuenta de que el abismo era yo, que mis heridas habían sido autoninfligidas y que quizás después de tanto dolor había aprendido a quererme.
Quizás tanto sufrimiento había servido para algo
Ariadna dice:
A ver… muerta, muerta, me he sentido muerta en varías etapas de mi vida. No he sido consciente de mi lucha por salir de esa muerte, hasta que no lo he conseguido. Es aquello que desde dentro del bosque no ves el bosque completo (o algo así).
Llegué a la misma conclusión que tu. Somos nosotr@s mism@s el abismo al que tememos y en el que nos hundimos. Somos nuestro peor enemigo. Sin embargo, llega un día que por algún resquicio asoma una débil luz, y nos vamos recuperando poco a poco.
Lo que yo he aprendido es a dejar que el tiempo transcurra, a no luchar contra mi misma. Si tengo que estar un período de tiempo hecha una mierda, me lo permito porque sé que tiene un tiempo limitado, porque no va a durar eternamente. Luego me levanto, me sacudo la porquería y sigo adelante.
Son experiencias dolorosas, si, que preferiríamos no tener que pasar, pero que nos enseñan lo mejor de nosotr@s mism@s también.
Saludos
(menudo rollo xD)
Soundtrack dice:
Tengo la sensación de haber leido ya una historia tuya de hace tiempo muy muy parecida a esta… Te gusta eso de renacer de tus propias cenizas, ¿verdad?
😉
Ariadna dice:
No, no me gusta, pero no hay más remedio.