Llovía a cántaros, tanto que su alma estaba empapada.
La lluvia arreciaba y ella ya estaba calada hasta los huesos, no había donde refugiarse, sólo podía llegar a un sitio, la única casa que conocía.
Entonces mientras sus heladas y húmedas piernas la dirigían a su destino una mancha negra captó su atención.
Encogido, apretado contra la pared había un pajarillo negro. Sus plumas estaban brillantes de la cantidad de lluvia que habían recibido…
Pájaro y humana se miraban… ella se debaría entre cogerlo o no, el pajaro no sabía si sentir miedo o saltar a sus manos
La duda se prolongó demasiado y ella sin mirar atrás se fue. Siguió andando, un paso, dos, tres… y entonces se dio cuenta.
Todos somos pajarillos empapados esperando que alguien no pase de largo
Raquel dice:
Precioso, 🙂
canichu dice:
muy bonito cuento. Me ha gustado.
DENI dice:
me ha encantado, no se necesitan muchas letras para transmitir lo que tu me has mostrado… felicidades