Su cuerpo desnudo al amanecer mostraba paz. Las cortinas lamían sus pies al compás del viento. Unas flores de azahar desprendían un olor empalagoso que llenaba la habitación.
De improviso el claustrofóbico silencio se rompió por una puerta que se abría y una voz masculina que formulaba preguntas.
El hombre se acercó a la puerta y se quedó observando el cuerpo. La piel blanca, la barriguita, el cuello, el pelo revuelto sobre la almohada, los ojos cerrados y la sonrisa en los labios…
Caminó hasta la ventana y la cerró, para a continuación sentarse en la cama. Alargó la mano y paseó sus dedos por los brazos, por el cuello, los pechos, el ombligo y sólo se detuvo para comprobar que no había ningún tipo de reacción.
Acerco la palma de su mano por su cara, le apartó el pelo y notó que estaba fría. La hija de puta se había suicidado antes de seguir sufriendo. De todo lo que podría haber hecho jamás se hubiese esperado eso.
Se levantó, confuso, tratando de evitar la tentación de abrazarla, o de cubrirla.
Confuso, buscó en el bolsillo de su pantalón tabaco, con tan mala suerte que se cayó. Maldiciéndose se agachó y lo vio.
Había un papel, doblado en el suelo y ponía su nombre, el viento debía de haberlo tirado.
Temblando, lo abrió y leyó: «estoy embarazada»
Furioso tiró el papel, se acercó al cuerpo inerte y empezó a zarandearlo, mientras la insultaba sentía que el amor que instantes antes había sentido se transformaba en odio y más aún cuando ese maldito cuerpo parecía sonreírle